miércoles, 12 de octubre de 2011

Nunca me trataste como amiga, no pretendas hacerlo ahora.

Nunca fuiste el brazo que me detenía cuando tenía miedo de caer, nunca fuiste el hombro en el que lloraba por aquellos malos ratos que tenía. Eras aquel que me hacia creer que ya no tendría malos ratos estando a tu lado.

Nunca fuiste el que salía conmigo a un starbucks a platicar horas y horas y horas de lo que sentía ahí adentro de mi pecho, ahí adentro de mi cabeza, ahí adentro, en mis sentimientos. Eras del que hablaba cuando hablaba del corazón.

Nunca fuiste el que al llover me prestaba su sueter y me decía que entráramos para no mojarnos. Eras con el que quería, bajo la lluvia, besarnos hasta empapar nuestros cuerpos y nuestros labios.

Nunca fuiste el que mandaba mensajes al celular todos los días, ni el que llamaba para ver cómo estaba. Eras la razón por la que yo hablaba; a mis mejores amigas, para contarles de ti.

Nunca fuiste aquella persona que al ver una lágrima en mis ojos, no se despegaba de mi, del monitor o del teléfono hasta ver que esa lágrima se había convertido en sonrisa. Eras aquel que provocó esa lágrima.

Nunca fuiste lo que creí que serías, porque yo me equivoqué. Pensé que todo lo que me decías era real. Y no solo un juego.

Nunca fuiste el que me dijo lo mucho que yo le gustaba. Fuiste el que me dijo lo mucho que le gustaba alguien más.

Tú fuiste mucho.
Yo nunca fui nada.

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